domingo, 22 de enero de 2012

Algo inesperado...



Algo Inesperado

Hay veces que si ponemos atención podemos aprender de nuestros hijos cosas que uno nunca se podría imaginar. La otra vez, después de un largo y pesado día fui a comer con mi hijo de diez años a un pequeño restaurante, y mientras comíamos recibí un llamado de un cliente para confirmar la cita de un trabajo que tenía que hacer, luego de comer nos dirigimos a la casa de este cliente y una vez ahí nos pusimos a revisar los planos y después de una hora concordamos con lo que se iba a hacer. Nos despedimos cordialmente y en seguida me fui al supermercado con mi hijo porque me acordé que necesitaba algunas cosas.

Una vez en el supermercado, comienzan las travesuras con mi hijo; siempre que vamos, hacemos de las compras algo muy ameno y gracioso, y hay veces que nos volvemos como dos niños traviesos. Después de un rato miré la hora en el celular y me di cuenta que ya era tarde y debíamos regresar a casa enseguida. Mientras pagábamos, mi hijo notó que estaba nevando a través de los grandes ventanales. Cuando salimos del supermercado, la nieve estaba cayendo algo tupida, nos dirigimos al vehículo y pensé que mi hijo me ayudaría con las bolsas como siempre lo hace, me di vuelta a mirar donde estaba y lo vi correr de un lado a otro mientras la nieve caía

Cuando terminé de poner las bolsas del supermercado en mi vehículo, llamé a mi hijo, pero él suplicante me dijo:

-Papá déjame estar un ratito más.

Miré la hora, y ya eran como las nueve y cuarto de la noche, y pensé… ya es tarde, está nevando, estoy cansado; tengo todavía unas cosas que hacer en casa referente con mi trabajo, y además él tiene que ducharse antes de irse a la cama; pero aun así, algo me dijo en mi interior que lo dejara. Así que accedí a lo que me pidió, y él me miró con una carita muy sonriente y salió corriendo.



Como yo estaba casi en medio del estacionamiento, eché mi vehiculo más atrás y prendí las luces para poder verlo mejor en frente mío. No andaba nadie; había solo unos cuantos carros más allá. Y mi hijo corría de un lado a otro, saltaba, danzaba, hacía círculos y piruetas, sin importarle nada, y la nieve caía y caía sobre él y el solitario estacionamiento.

Yo lo miraba y me perdí en el tiempo admirando su libertad, su ingenuidad de niño… y su imaginación. Después de más o menos quince minutos, se detuvo repentinamente y comenzó a caminar hacia donde estaba estacionado, luego abrió la puerta del vehículo y me dijo:

-Ya terminé. Gracias papá por dejarme jugar.

Le dije que no había problema, y enseguida, curiosamente le pregunté:

-¿Qué te imaginaste? ¿Qué estabas en medio de un estadio haciendo gimnasia y toda la gente estaba ahí mirándote? ¿Tal vez danzando en un gran anfiteatro y…?

-No papá. Él me interrumpe. Y prosigue diciéndome:
-Yo me imaginé que era una mariposa recién salida de su capullo y me sentía tan libre y sin pesares, que tenía que hacer todo lo que más podía antes de que se me terminara mi ciclo de vida.

Me quedé sumamente sorprendido con su respuesta. Hay veces que nuestros hijos pueden ser nuestros más grandes maestros. Nunca pensé que en ese momento podría recibir algo tan inesperado. Es Asombroso cómo los mensajes más profundos pueden ser encontrados en la simplicidad.

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