miércoles, 20 de mayo de 2009

L. Ronals Hubbars

L. Ronald Hubbard es el fundador de Scientology. Describió su filosofía en más de 5.000 escritos, lo que incluye decenas de libros, y 3.000 conferencias grabadas en cinta. Quienes emplean regularmente sus enseñanzas para mejorarse a sí mismos y ayudar a sus semejantes provienen de todos los ámbitos de la vida, y se han establecido misiones e iglesias de Scientology en los cinco continentes.
La aclamación universal por este hombre, (lo cual incluye miles de premios y reconocimientos de individuos y grupos, y la popularidad sin precedente de sus obras entre personas de todas las profesiones) no es sino un indicador de la efectividad de su tecnología. Lo más importante es que hay millones de personas en todo el mundo que consideran que no tienen un amigo mejor.
Aunque por mucho tiempo se le elogió como escritor, novelista y explorador, lo que inicialmente centró la atención del mundo en L. Ronald Hubbard fue la publicación de Dianética: La ciencia moderna de la salud mental (editado en España en la actualidad como Dianética: El poder del pensamiento sobre el cuerpo) en 1950. Este libro, que marcó un punto decisivo en la historia, proporcionaba el primer enfoque funcional para resolver los problemas de la mente, la primera esperanza de que se podía hacer algo acerca de las causas del comportamiento irracional (la guerra, el crimen y la demencia). Dianética es algo que cualquiera puede usar para su propio mejoramiento y el de sus semejantes. De aquí que, cuando se publicó el libro, el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Amherst (universidad privada en el estado de Massachusetts, en EE. UU.), Dr. Frederick L. Schuman declaró en el New York Times: “La historia se ha convertido en una carrera entre Dianética y la catástrofe. Dianética triunfará, si suficiente gente es desafiada para comprenderla a tiempo”.
1930 - 1931
La exploración de los enigmas de la existencia
Los años universitarios

A
l regresar a Estados Unidos en el otoño de 1929, Ronald reanudó su educación formal. Después de asistir a la Escuela Preparatoria privada de Swavely en Manassas, Virginia, se graduó en la Escuela para Varones de Woodward en Washington, D. C.
L. Ronald Hubbard
Además de estudiar en uno de los primeros programas de física nuclear de Estados Unidos en la Universidad George Washington, Ronald escribió para The University Hatchet, escribió dramas para la radio, interpretó baladas e hizo reportajes para el Washington Herald.
Se inscribió en la Universidad George Washington donde probablemente debió estudiar etnología, ya que era un experto en muchas culturas diferentes: desde los pigmeos de Filipinas a los chamanes kayan de Borneo, hasta los chamorros de Guam. Pero, en lugar de eso, el destino y su padre lo pusieron, por fortuna, en matemáticas e ingeniería. Con su conocimiento de tantas culturas y su creciente conciencia acerca de la condición humana, sus antecedentes en ingeniería y matemáticas le servirían para resolver los enigmas de la existencia y el potencial espiritual del hombre con un enfoque científico.

Se inscribió en uno de los primeros cursos de física nuclear que se enseñaron en Estados Unidos, sustentando la teoría de que era posible que el mundo de las partículas subatómicas aportara una pista para el proceso del pensamiento humano. Además, estaba preocupado por la seguridad del mundo, y se daba cuenta de que si el hombre iba a manejar el átomo con cordura para obtener el máximo beneficio, tendría que aprender primero a manejarse a sí mismo. Su meta, entonces, era sintetizar y poner a prueba todo el conocimiento de lo que era observable, de lo que era funcional, y de todo lo que podría ayudar, en verdad, a solucionar los problemas del hombre. Con ese fin, se dispuso a determinar con precisión cómo funcionaba la mente.

En uno de sus experimentos iniciales sobre el tema, empleó un aparato para medir las ondas de sonido llamado fotómetro de Koenig. Dos estudiantes leyeron poesía frente al aparato en dos idiomas muy diferentes: japonés e inglés. Encontró que el aparato identificaba el habla como poesía sin importar el lenguaje. Cuando se leyó un haikú en japonés original, las longitudes de onda producidas por el fotómetro de Koenig eran las mismas que aquellas producidas cuando se leía el verso inglés.

A partir de esto, concluyó que había evidencia científica de que la gente no era tan diferente como le habían hecho creer, que en realidad había un punto de enlace y que todas las mentes, en realidad, respondían en forma idéntica al mismo estímulo.

Ronald llevó estos descubrimientos al departamento de psicología, pues razonó que aquellos a quienes se les pagaba por su conocimiento acerca de la mente podrían contestar mejor las preguntas que surgían de sus experimentos. Más que respuestas, sin embargo, encontró que los psicólogos de la Universidad George Washington no sólo no tenían comprensión ni entendimiento de los resultados, sino que, más importante todavía, ni siquiera se interesaban en tales asuntos.

Completamente atónito, pronto llegó a darse cuenta de que nadie sabía cómo funcionaba la mente; además, nadie en el campo de la psicología o de la psiquiatría tenía interés en averiguarlo.

No solamente no había respuestas en Oriente, no se podía encontrar ninguna en ningún centro de cultura de Occidente.

“Para ser terminante”, escribió, “era muy obvio que estaba tratando y viviendo con una cultura que sabía menos acerca de la mente que la tribu más primitiva con la que hubiera estado en contacto antes. Al saber también que la gente en Oriente no era capaz de llegar a los enigmas de la mente, en forma tan profunda y predecible como yo hubiera esperado, supe que tendría que investigar mucho”.

1932 - 1938
Investigación y revelaciones Expediciones y fama literaria

L. Ronald HubbardL. Ronald Hubbard dejó la universidad en lo más intenso de la Depresión; al decidir que el estudio formal no tenía nada más que ofrecer, llevó de nuevo su búsqueda al mundo para aprender acerca de la vida. Sobre este período dijo: “Mis escritos financiaron la investigación y esto incluyó expediciones que se condujeron para investigar pueblos primitivos con el fin de ver si podía encontrar un factor común de la existencia, que fuera funcional”.

Dirigió dos expediciones: la Expedición Cinematográfica del Caribe, que duró dos meses y medio y fue un viaje de 9.200 kilómetros a bordo de la goleta de cuatro mástiles Doris Hamlin, y la Expedición Mineralógica de las Indias Occidentales, que completó el primer estudio mineralógico de la isla de Puerto Rico bajo el dominio de Estados Unidos. A su regreso a Estados Unidos, y con escasas subvenciones científicas, comenzó su camino como escritor hacia la fama y la fortuna; esto mantuvo su investigación y lo convirtió en uno de los escritores más populares de la década de 1930.

El editor de la revista Thrilling Adventures (Aventuras apasionantes), una de las más de 30 publicaciones en que aparecían sus titulares, escribió en octubre de 1934: “L. Ronald Hubbard no necesita presentación. Por las cartas que ustedes envían, sus historias se encuentran entre las más populares que hemos publicado. Algunos de ustedes se habrán preguntado cómo consigue ese colorido espléndido que siempre caracteriza sus relatos de lugares lejanos. La respuesta es: él ha estado ahí, amigos; ha estado, ha visto y ha hecho, y no se ha quedado corto en ninguno de estos tres aspectos”.

“De alguna forma Ronald sabía cosas que no se esperaba que alguien de 25 años supiera: cómo pensaba el hombre, qué había en su corazón y las metas por las que luchaba. Y sabía cuándo era hora de aceptar una paliza si iba a ganar al final”.

Richard Kyle, editor de la revista Argosy

Mientras escribía relatos para sus editores de Nueva York y guiones cinematográficos para Hollywood como El Secreto de la Isla del Tesoro, nunca detuvo sus investigaciones vitales sobre el hombre.

L. Ronald Hubbard buscaba un principio que le condujera a la unificación del conocimiento y explicara el significado de la existencia, algo que otros filósofos se habían propuesto encontrar en el pasado y en lo que habían tenido diversos grados de éxito. De hecho, muchos filósofos de Occidente habían descartado la idea de que los diversos pueblos tuvieran algo en común y ni siquiera continuaban haciendo preguntas acerca de la fuerza de la vida o la esencia de la vida. El hombre se había convertido simplemente en otro animal, sólo carne y huesos.

Sin embargo, el Sr. Hubbard vio al hombre desde otro punto de vista muy diferente. Aunque aún no sabía cómo llamarla, creyó cierto que la vida era algo más que una serie de reacciones químicas y que algún tipo de impulso inteligente existía bajo nuestras acciones. Después de organizar el tremendo cuerpo de datos que había adquirido en sus viajes, investigaciones y experimentos, se embarcó en una nueva trayectoria experimental, en esta ocasión para determinar cómo funcionaban las células. A principios de 1938 y llevando a cabo una elaborada serie de experimentos, hizo un descubrimiento de gran magnitud: aisló el factor común de la existencia: SOBREVIVIR.

Que el hombre sobrevivía no era una idea nueva. Que este era el único factor común básico de la existencia, sí lo era.

La teoría predominante de la época sostenía que la vida era simplemente una reacción en cadena fortuita en un mar de amoniaco. Sus hallazgos se compilaron en el manuscrito filosófico Excalibur, escrito durante las primeras semanas de 1938 donde refutaba esta creencia materialista y formaba las bases para su obra posterior.

Al recordar su trabajo en este, el primero de sus muchos manuscritos sobre el tema de la vida, apuntó: “Comencé a trabajar con ahínco en ese secreto y cuando había escrito diez mil palabras, entonces comprendí incluso con más claridad. Destruí las diez mil y empecé a escribir otra vez”.

La respuesta de quienes leyeron este manuscrito fue impresionante, y no pocos editores intentaron con ansiedad publicarlo. Él se negó. “Excalibur no contenía terapia de ninguna clase, era una simple exposición de la composición de la vida. Decidí ir más adelante”, añadió.


1945 - 1949
El desarrollo de una ciencia de la mente

E
n 1945, el Sr. Hubbard fue internado en el Hospital Naval de Oak Knoll en Oakland, California, al quedar parcialmente ciego y con los nervios ópticos dañados e incapacitado por lesiones en la cadera y en la espalda. Entre los 5.000 pacientes navales y de Infantería de Marina en Oak Knoll había cientos de ex prisioneros americanos liberados de los campos japoneses de las islas del Pacífico Sur. Muchos estaban en una condición terrible por inanición y otras causas, incapaces de asimilar proteínas.

En un intento por resolver este problema, los médicos de la Marina les administraban testosterona, la hormona masculina. Este tratamiento médico, sin embargo, no lograba resultados efectivos en todos los pacientes y el Sr. Hubbard aprovechó la oportunidad no sólo para ayudar a sus compañeros de servicio, sino para probar, en la práctica, una teoría que había desarrollado.

“Todo lo que trataba de establecer”, escribió, “era si la mente controlaba al cuerpo o si el cuerpo controlaba la mente. Por lo tanto, si en algunos de estos pacientes las hormonas no funcionaban y en algunos de ellos lo hacían, podría haber una razón mental. Si aquellos pacientes en los que no funcionaban tuvieran un bloqueo mental grave, entonces era obvio que sin importar la cantidad de hormonas o tratamiento médico que cualquier persona recibiera, no se pondría bien. Si la mente fuera capaz de imponer tanta restricción sobre el cuerpo físico, obviamente el hecho, que comúnmente era considerado verdad, de que la estructura regulaba la función, sería falso. Me propuse probar esto... No estaba interesado en endocrinología sino en resolver si la función controlaba a la estructura o si la estructura controlaba a la función”.

Caso tras caso, encontró que al utilizar las técnicas que había desarrollado, pacientes que previamente no respondían, mejoraban de inmediato con el tratamiento médico una vez que se eliminaban los bloqueos mentales.

De hecho, la función controlaba a la estructura. Como el Sr. Hubbard observó en ese momento: “El pensamiento es el que manda”.

Este fue un concepto revolucionario, contrario a las concepciones equivocadas que habían plagado la filosofía oriental y la ciencia durante siglos.

Cuando se restableció la paz al final de la guerra, el Sr. Hubbard inició inmediatamente pruebas posteriores sobre lo funcional de sus asombrosos descubrimientos. Esta fue una investigación intensiva. Seleccionó como sujetos a personas de todas partes: de Hollywood, donde trabajó con actores y escritores; de Savannah, Georgia, donde ayudó a pacientes de un hospital para enfermos mentales profundamente perturbados y de Washington, D. C., de la ciudad de Nueva York, de Nueva Jersey, Pasadena, Los Ángeles y Seattle. En total, antes de 1950, había ayudado personalmente a más de cuatrocientas personas, con resultados espectaculares. Usó los mismos procedimientos para curar las lesiones y heridas que él había recibido, y en 1949 recuperó la salud por completo.

Al volver a Washington, D. C., el Sr. Hubbard compiló sus dieciséis años de investigación sobre la condición humana, escribiendo el manuscrito Dianética: La tesis original (publicado en la actualidad bajo el título Las dinámicas de la vida), un ensayo que describía los principios que usaba. No lo ofreció para que se publicara; dio una copia o dos a algunos de sus amigos, quienes le hicieron copias rápidamente y lo enviaron a sus amigos, quienes, a su vez, lo copiaron y lo enviaron a otros. De esta manera, Dianética pasó de mano en mano y llegó a ser conocida en todo el mundo. Corrió la voz de que había hecho un sorprendente descubrimiento revolucionario.

L. Ronald Hubbard había encontrado la fuente de la aberración humana y había desarrollado una técnica funcional acerca de la mente. Dianética había nacido.

Poco después, se encontró literalmente inundado de cartas donde le pedían más información sobre la aplicación de sus notables descubrimientos. Con la esperanza de ponerlos a la disposición del público en general, y debido a la insistencia de los que estaban trabajando con él en aquel entonces, ofreció sus descubrimientos a la Asociación Médica Americana y a la Asociación Psiquiátrica Americana. La respuesta fue de lo más instructivo. Las instituciones de salud no sólo afirmaban no tener interés en su obra, sino que se rehusaban a siquiera examinar sus resultados.

1950
El libro que inició un movimiento:
Dianética: El poder del pensamiento sobre el cuerpo

Los amigos y asociados de L. Ronald Hubbard estaban horrorizados con las respuestas de los defensores de la salud. Por un lado, había cientos de historias de caso con testimonios entusiastas de aquellos que habían estudiado y usado Dianética y miles de cartas de gente que quería saber más. Por otro lado, había unos cuantos “expertos” que habían recurrido a 220 voltios de corriente eléctrica para curar los problemas de la mente, que nunca habían estudiado el tema de Dianética, pero que a pesar de todo, no lo querían.

Y así se tomó la decisión. L. Ronald Hubbard iría directamente al público con un manual, detallando sus descubrimientos y las técnicas que había desarrollado. Nunca antes había existido un texto semejante acerca de la mente, una obra escrita expresamente para el hombre de la calle.

“Va a aparecer algo nuevo en abril que se llama Dianética”, escribió el columnista nacional Walter Winchell el 31 de enero de 1950. “Una nueva ciencia que funciona con la invariabilidad de la ciencia física en el campo de la mente humana. Por todos los indicios, demostrará ser tan revolucionaria para la humanidad como el primer descubrimiento y utilización del fuego por el hombre de las cavernas”.

La predicción de Winchell resultó ser correcta.


Dianética: El poder del pensamiento sobre el cuerpo se publicó el 9 de mayo de 1950. La respuesta fue instantánea y abrumadora. Casi de la noche a la mañana el libro se convirtió en un best-séller y al editor le llegaron nada menos que 25.000 cartas y telegramas de felicitación, que llegaban a raudales a la editorial no sólo de Estados Unidos, sino también de Canadá, el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Japón. El libro llegó a la lista de best-séllers del New York Times, donde permaneció semana tras semana, mes tras mes. Dianética entonces se publicó en el extranjero: primero en el Reino Unido e Italia, para siempre cambiando la vida de L. Ronald Hubbard y, como veremos, la vida de millones de personas.

La publicación de Dianética: El poder del pensamiento sobre el cuerpo marcó el comienzo de una nueva era de esperanza para la humanidad, y con ello una nueva fase en la vida de L. Ronald Hubbard. El primer indicio de que iba a ser una figura pública llegó inmediatamente después de la publicación de Dianética. Aunque el Sr. Hubbard ya tenía planeada otra expedición después de terminar su libro, fue tan grande la respuesta popular a su obra que tuvo que cambiar esos planes. Así, en vez de explorar las islas cercanas a Grecia, pronto se encontró dando conferencias sobre Dianética en salas llenas de gente por toda la nación. Fue también entonces cuando se formó en Elizabeth, Nueva Jersey, la primera Fundación Hubbard de Investigación de Dianética y la gente empezó a llegar en tropel desde Norte y Sudamérica y Europa para estudiar las nuevas técnicas y descubrir más acerca del tema.


1945 - 1949
El desarrollo de una ciencia de la mente

E
n 1945, el Sr. Hubbard fue internado en el Hospital Naval de Oak Knoll en Oakland, California, al quedar parcialmente ciego y con los nervios ópticos dañados e incapacitado por lesiones en la cadera y en la espalda. Entre los 5.000 pacientes navales y de Infantería de Marina en Oak Knoll había cientos de ex prisioneros americanos liberados de los campos japoneses de las islas del Pacífico Sur. Muchos estaban en una condición terrible por inanición y otras causas, incapaces de asimilar proteínas.

En un intento por resolver este problema, los médicos de la Marina les administraban testosterona, la hormona masculina. Este tratamiento médico, sin embargo, no lograba resultados efectivos en todos los pacientes y el Sr. Hubbard aprovechó la oportunidad no sólo para ayudar a sus compañeros de servicio, sino para probar, en la práctica, una teoría que había desarrollado.

“Todo lo que trataba de establecer”, escribió, “era si la mente controlaba al cuerpo o si el cuerpo controlaba la mente. Por lo tanto, si en algunos de estos pacientes las hormonas no funcionaban y en algunos de ellos lo hacían, podría haber una razón mental. Si aquellos pacientes en los que no funcionaban tuvieran un bloqueo mental grave, entonces era obvio que sin importar la cantidad de hormonas o tratamiento médico que cualquier persona recibiera, no se pondría bien. Si la mente fuera capaz de imponer tanta restricción sobre el cuerpo físico, obviamente el hecho, que comúnmente era considerado verdad, de que la estructura regulaba la función, sería falso. Me propuse probar esto... No estaba interesado en endocrinología sino en resolver si la función controlaba a la estructura o si la estructura controlaba a la función”.

Caso tras caso, encontró que al utilizar las técnicas que había desarrollado, pacientes que previamente no respondían, mejoraban de inmediato con el tratamiento médico una vez que se eliminaban los bloqueos mentales.

De hecho, la función controlaba a la estructura. Como el Sr. Hubbard observó en ese momento: “El pensamiento es el que manda”.

Este fue un concepto revolucionario, contrario a las concepciones equivocadas que habían plagado la filosofía oriental y la ciencia durante siglos.

Cuando se restableció la paz al final de la guerra, el Sr. Hubbard inició inmediatamente pruebas posteriores sobre lo funcional de sus asombrosos descubrimientos. Esta fue una investigación intensiva. Seleccionó como sujetos a personas de todas partes: de Hollywood, donde trabajó con actores y escritores; de Savannah, Georgia, donde ayudó a pacientes de un hospital para enfermos mentales profundamente perturbados y de Washington, D. C., de la ciudad de Nueva York, de Nueva Jersey, Pasadena, Los Ángeles y Seattle. En total, antes de 1950, había ayudado personalmente a más de cuatrocientas personas, con resultados espectaculares. Usó los mismos procedimientos para curar las lesiones y heridas que él había recibido, y en 1949 recuperó la salud por completo.

Al volver a Washington, D. C., el Sr. Hubbard compiló sus dieciséis años de investigación sobre la condición humana, escribiendo el manuscrito Dianética: La tesis original (publicado en la actualidad bajo el título Las dinámicas de la vida), un ensayo que describía los principios que usaba. No lo ofreció para que se publicara; dio una copia o dos a algunos de sus amigos, quienes le hicieron copias rápidamente y lo enviaron a sus amigos, quienes, a su vez, lo copiaron y lo enviaron a otros. De esta manera, Dianética pasó de mano en mano y llegó a ser conocida en todo el mundo. Corrió la voz de que había hecho un sorprendente descubrimiento revolucionario.

L. Ronald Hubbard había encontrado la fuente de la aberración humana y había desarrollado una técnica funcional acerca de la mente. Dianética había nacido.

Poco después, se encontró literalmente inundado de cartas donde le pedían más información sobre la aplicación de sus notables descubrimientos. Con la esperanza de ponerlos a la disposición del público en general, y debido a la insistencia de los que estaban trabajando con él en aquel entonces, ofreció sus descubrimientos a la Asociación Médica Americana y a la Asociación Psiquiátrica Americana. La respuesta fue de lo más instructivo. Las instituciones de salud no sólo afirmaban no tener interés en su obra, sino que se rehusaban a siquiera examinar sus resultados.

L. Ronald Hubbard, previendo ya en 1950 hacia dónde se dirigía este mundo, escribió: “El hombre puede recuperar para sí mismo algo de la felicidad, de la sinceridad, del amor y de la bondad con que fue creado”. Y pasó a proporcionarnos las soluciones. Ve los detalles en este sitio de web. Haz clic aquí para entrar.

“Tenemos las respuestas al sufrimiento del hombre”, declaró muy verazmente L. Ronald Hubbard, “y están disponibles para cualquiera”.

En particular, L. Ronald Hubbard habló de la manera de reemplazar la intolerancia con bondad, la criminalidad con decencia, la degradación con dignidad y honor. En resumen, L. Ronald Hubbard dijo que todo eso es posible con sus herramientas para la ética personal y su código moral no religioso, El camino a la felicidad, y de esa forma, todo con lo que se identificaba el mismo L. Ronald Hubbard, como el filántropo más destacado de este siglo.



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