lunes, 6 de julio de 2009

Inteligencia emocional

La inteligencia emocional es la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos.

El término fue popularizado por Daniel Goleman, con su célebre libro “Emotional Intelligence”, publicado en 1995.

Goleman estima que la inteligencia emocional se puede organizar en cinco capacidades: conocer las emociones y sentimientos propios, manejarlos, reconocerlos, crear la propia motivación, y manejar las relaciones.

Orígenes del concepto

El uso más lejano de un concepto similar al de inteligencia emocional, se remonta a Darwin, que indicó en sus trabajos la importancia de la expresión emocional para la supervivencia y la adaptación. Aunque las definiciones tradicionales de inteligencia, hacen hincapié en los aspectos cognitivos tales como la memoria y la capacidad de resolver problemas, varios influyentes investigadores en el ámbito del estudio de la inteligencia, comienzan a reconocer la importancia de la ausencia de aspectos cognitivos.

Thorndike, en 1920, utilizó el término inteligencia social para describir la habilidad de comprender y motivar a otras personas. David Wechsler en 1940, describe la influencia de factores no intelectivos sobre el comportamiento inteligente, y sostiene, además, que nuestros modelos de inteligencia no serán completos hasta que no puedan describir adecuadamente estos factores.

En 1983, Howard Gardner, en su “Teoría de las inteligencias múltiples” (Frames of Mind: The Theory of Multiple Intelligences), introdujo la idea de incluir tanto la inteligencia interpersonal (la capacidad para comprender las intenciones, motivaciones y deseos de otras personas) y la inteligencia intrapersonal (la capacidad para comprenderse uno mismo, apreciar los sentimientos, temores y motivaciones propios). Para Gardner, los indicadores de inteligencia, como el CI (coeficiente intelectual), no explican plenamente la capacidad cognitiva. Por lo tanto, aunque los nombres dados al concepto han variado, existe una creencia común de que las definiciones tradicionales de inteligencia, no dan una explicación exhaustiva de su características.

El primer uso del término inteligencia emocional generalmente es atribuido a Wayne Payne, citado en su tesis doctoral “Un estudio de las emociones: El desarrollo de la inteligencia emocional”, publicado en 1985. Sin embargo, el término "inteligencia emocional" había aparecido antes en textos de Leuner (1966). Greenspan también presentó en 1989 un modelo de IE, seguido por Salovey y Mayer (1990) y Goleman (1995).

Como resultado del creciente reconocimiento por parte de los profesionales de la importancia y relevancia de las emociones en los resultados del trabajo, la investigación sobre el tema siguió ganando impulso, pero no fue hasta la publicación del célebre libro de Daniel Goleman: “Inteligencia Emocional: ¿Por qué puede importar más que el concepto de cociente intelectual?”, que se convirtió en muy popular.

Un relevante artículo de Nancy Gibbs en la revista Time, en 1995, del libro de Goleman fue el primer medio de comunicación interesado en la IE. Posteriormente, los artículos de la IE comenzaron a aparecer cada vez con mayor frecuencia a través de una amplia gama de entidades académicas y puntos de venta populares.

Aspectos biológicos

Para comprender el gran poder de las emociones sobre la mente pensante —y la causa del frecuente conflicto existente entre los sentimientos y la razón—, debemos considerar la forma en que ha evolucionado el cerebro.

La región más primitiva del cerebro es el tronco encefálico, que regula las funciones vitales básicas, como la respiración o el metabolismo, y lo compartimos con todas aquellas especies que sólo disponen de un rudimentario sistema nervioso. De este cerebro primitivo emergieron los centros emocionales que, millones de años más tarde, dieron lugar al cerebro pensante: el neocórtex. El hecho de que el cerebro emocional sea muy anterior al racional y que éste sea una derivación de aquél, revela con claridad las auténticas relaciones existentes entre el pensamiento y el sentimiento.

El neocórtex permite un aumento de la sutileza y la complejidad de la vida emocional, aunque no gobierna la totalidad de la vida emocional porque, en estos asuntos, delega su cometido en el sistema límbico. Esto es lo que confiere a los centros de la emoción un poder extraordinario para influir en el funcionamiento global del cerebro, incluyendo a los centros del pensamiento.

La amígdala del ser humano es una estructura relativamente grande en comparación con la de nuestros parientes evolutivos, los primates. Existen, en realidad, dos amígdalas que constituyen un conglomerado de estructuras interconectadas en forma de almendra (de ahí su nombre, un término que se deriva del vocablo griego que significa «almendra»), y se hallan encima del tallo encefálico, cerca de la base del anillo limbico, ligeramente desplazadas hacia delante.

El hipocampo y la amígdala fueron dos piezas clave del primitivo «cerebro olfativo» que, a lo largo del proceso evolutivo, terminó dando origen al córtex y posteriormente al neocórtex. La amígdala está especializada en las cuestiones emocionales y en la actualidad se considera como una estructura limbica muy ligada a los procesos del aprendizaje y la memoria. La interrupción de las conexiones existentes entre la amígdala y el resto del cerebro provoca una asombrosa ineptitud para calibrar el significado emocional de los acontecimientos, una condición que a veces se llama «ceguera afectiva».

En la arquitectura cerebral, la amígdala constituye una especie de servicio de vigilancia dispuesto a alertar a los bomberos, la policía y los vecinos ante cualquier señal de alarma.

La naturaleza de la inteligencia emocional

Las características de la llamada inteligencia emocional son: la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y la capacidad de empatizar y confiar en los demás.

Principios de la IE

Recepción: Cualquier cosa que incorporemos a través de nuestros sentidos.

Retención: Corresponde a la memoria, que incluye la retentiva (o capacidad de almacenar información) y el recuerdo (capacidad de acceder a esa información almacenada).

Análisis: Función que incluye el reconocimiento de pautas y el procesamiento de la información.

Emisión: Cualquier forma de comunicación o acto creativo, incluso del pensamiento.

Control: Función requerida a la totalidad de las funciones mentales y físicas.

Medición de la inteligencia emocional y el CI

No existe un test capaz de determinar el «grado de inteligencia emocional», a diferencia de lo que ocurre con los test que miden el cociente intelectual (CI). Jack Block, psicólogo de la universidad de Berkeley, ha utilizado una medida similar a la inteligencia emocional que él denomina «capacidad adaptativa del ego», estableciendo dos tipos teóricamente puros, aunque los rasgos más sobresalientes difieren ligeramente entre mujeres y hombres:
«Los hombres que poseen una elevada inteligencia emocional, suelen ser socialmente equilibrados, extravertidos, alegres, poco predispuestos a la timidez y a rumiar sus preocupaciones. Demuestran estar dotados de una notable capacidad para comprometerse con las causas y las personas, suelen adoptar responsabilidades, mantienen una visión ética de la vida y son afables y cariñosos en sus relaciones. Su vida emocional es rica y apropiada; se sienten, en suma, a gusto consigo mismos, con sus semejantes y con el universo social en el que viven».

«Las mujeres emocionalmente inteligentes tienden a ser enérgicas y a expresar sus sentimientos sin ambages, tienen una visión positiva de sí mismas y para ellas la vida siempre tiene un sentido. Al igual que ocurre con los hombres, suelen ser abiertas y sociables, expresan sus sentimientos adecuadamente (en lugar de entregarse a arranques emocionales de los que posteriormente tengan que lamentarse) y soportan bien la tensión. Su equilibrio social les permite hacer rápidamente nuevas amistades; se sienten lo bastante a gusto consigo mismas como para mostrarse alegres, espontáneas y abiertas a las experiencias sensuales. Y, a diferencia de lo que ocurre con el tipo puro de mujer con un elevado CI, raramente se sienten ansiosas, culpables o se ahogan en sus preocupaciones».

«Los hombres con un elevado CI se caractericen por una amplia gama de intereses y habilidades intelectuales y suelen ser ambiciosos, productivos, predecibles, tenaces y poco dados a reparar en sus propias necesidades. Tienden a ser críticos, condescendientes, aprensivos, inhibidos, a sentirse incómodos con la sexualidad y las experiencias sensoriales en general y son poco expresivos, distantes y emocionalmente fríos y tranquilos».

«La mujer con un elevado CI manifiesta una previsible confianza intelectual, es capaz de expresar claramente sus pensamientos, valora las cuestiones teóricas y presenta un amplio abanico de intereses estéticos e intelectuales. También tiende a ser introspectiva, predispuesta a la ansiedad, a la preocupación y la culpabilidad, y se muestra poco dispuesta a expresar públicamente su enfado (aunque pueda expresarlo de un modo indirecto)».

Estos retratos, obviamente, resultan caricaturescos pues toda persona es el resultado de la combinación entre el CI y la inteligencia emocional, en distintas proporciones, pero ofrecen una visión muy instructiva del tipo de aptitudes específicas que ambas dimensiones pueden aportar al conjunto de cualidades que constituye una persona.

Ámbito de aplicación de la Inteligencia Emocional

Hoy sabemos que la infancia y la adolescencia se caracterizan por su importancia en el desarrollo de la IE, y también sabemos que ésta evoluciona a lo largo de toda la vida. Cuando nos encontramos ante un proceso natural, hablamos de maduración, ya que es el propio individuo el que conoce sus sentimientos, sabe identificar qué le motiva, puede controlarse y encauzar sus esfuerzos para establecer relaciones que le son válidas y mantener redes sociales adecuadas. Si por el contrario, no nos encontramos ante un proceso natural, hablaremos de la necesaidad de programas de aprendizaje y entrenamiento que no sólo son posibles, sino absolutamente necesarios en nuestros días.

La Inteligencia Emocional, se erige como el verdadero diferencial a la hora de establecer un ámbito competitivo, tanto a nivel individual, como colectivo. A pesar de la importancia de los conocimientos, la experiencia y el coeficiente intelectual, son las competencias emocionales, las que determinan los resultados superiores en el ámbito profesional. Cuanto más complejo sea el trabajo, mayor es la importancia de la inteligencia emocional y en la actualidad, no existen trabajos sencillos.

El hecho de que el desarrollo de las habilidades implícitas a la IE se haya convertido en la clave de cualquier campo y sobre todo en el empresarial, se debe a:

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La existencia de modelos de cultura organizacional débiles en los que hay una baja interconexión entre los trabajadores y la misma (falta de identificación).

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Los conflictos entre empleados y líderes a nivel comunicacional y operativo.

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La necesidad de conseguir una motivación real en el trabajo en equipo y en el liderazgo de grupos.

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Los cambios producidos en las relaciones con clientes y la necesidad de diferenciarse mediante servicios.

Ahora estamos preparados para identificar trabas que no incentivan ni promueven la Inteligencia Emocional y que de hecho, se pueden solventar con un buen diagnóstico. En Vivencia y Talento Consultores, hemos identificado algunas de estas “lagunas” o carencias tales como:

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La incomprensión de la importancia del clima emocional en relación a la eficacia laboral.

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La ceguera y escasa búsqueda de nuevas oportunidades para las organizaciones.

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La poca flexibilidad para afrontar desafíos y superar obstáculos.

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La incapacidad para actuar de forma eficaz frente a la presión y de dejar al margen sentimientos como el enojo, la alarma...

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La falta de fiabilidad generadora de confianza.

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La tendencia a desvirtuar el optimismo que permitiría oponer resistencia a los contratiempos y adoptar un enfoque positivo generador de salidas creativas en situaciones de conflicto.

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La incapacidad empática para comprender al cliente, a los empleados e incluso a los propios compañeros de trabajo.

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El escaso aprovechamiento de la diversidad y su sistemática negación para enriquecer las organizaciones.

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La incomprensión de las tendencias económicas, políticas y sociales del momento.

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El mal uso de las estrategias de persuasión.

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La poca proclividad a establecer y fortalecer los vínculos entre las distintas partes de la organización y sus componentes.

Calidad personal y su desarrollo

Calidad es cumplir con los requerimientos establecidos con un mínimo de errores y defectos, a partir de una mejor manera de hacer las cosas, obteniendo así la satisfacción o conformidad esperada, sostenida, y que permita mejoras continuas. Calidad es un grado de excelencia, a nivel personal, empresarial, político, educativo, social, etc.

1- Calidad de vida en el trabajo

En los años cincuenta se generaliza la seguridad industrial como una forma natural de cuidar la salud del capital humano dentro de las empresas, minimizando lesiones, muertes y daños psicológicos, impactando directamente en un aspecto fundamental de la calidad de vida, como lo es la salud y la integridad física, principalmente, a través de una cultura de prevención de accidentes.

Con la introducción en las empresas del concepto de control de calidad en el proceso, más que del producto, en los años setenta surge indirectamente una mejora de calidad de vida del trabajador: Al obrero de la línea de producción le demandaron nuevas responsabilidades que requerían forzosamente algunas habilidades básicas, como el leer, escribir y entender matemáticas. Se le enseñaron nuevos conceptos como el de “hacerlo bien la primera vez”, círculos de calidad, observar el proceso en lugar de sólo inspección del producto y el concepto de excelencia (mejora continua). Las empresas, al proveer esta educación, ayudaron a mejorar sustancialmente la vida del trabajador, no sólo dentro de la empresa, sino también en los aspectos familiar y social.

De lo anterior, el objetivo de este apartado es enfocar la visión hacia el futuro y bosquejar respuestas a las siguientes preguntas: ¿Qué otro elemento de mejora puede impactar significativamente sobre la calidad de vida en las empresas? ¿Qué podemos hacer para propiciar esta mejora? ¿Quién es el que tiene la responsabilidad de iniciar este proceso?, ¿mi jefe?, ¿mi empresa?, ¿el gobierno?, ¿los intelectuales?, ¿o tal vez yo mismo?

Nuestro enfoque hacia la calidad de vida en el trabajo está referido principalmente a la gente que trabaja en una empresa, organización o de manera autónoma. Una empresa puede ser definida como la entidad de personas asociadas con un objetivo determinado. De una forma simple puede ser representada con el esquema siguiente:

En el actuar del individuo dentro de la empresa interactúan tres elementos clave, que de acuerdo al grado de balance en que se desarrollen, conducen al éxito o el fracaso de la persona, y con ello al de la empresa.

  • Habilidades: Hacer, crear, innovar y comunicar algo con eficiencia y eficacia. También es importante el uso de las herramientas y medios adecuados. La habilidad o saber-hacer se consigue normalmente mediante la repetición y la experiencia.
  • Conocimientos: Potencia y desarrolla las habilidades. Representa todo la información que adquirimos durante nuestra vida (técnicas, lenguajes, conceptos, fórmulas, etc.) y que almacenamos en nuestro cerebro.
  • Actitudes: Representan el enfoque personal que le damos a los diferentes hechos que nos suceden. Ellas actúan sobre nuestros estados de ánimo e influyen notablemente en nuestros comportamientos. La actitud permite o no, llevar a la realidad el producto o servicio que es posible generar con el conocimiento y las habilidades existentes.

2- Calidad personal

La calidad personal puede ser definida como la respuesta a las exigencias y expectativas tangibles e intangibles tanto de las otras personas como de las propias, siendo las tangibles todas aquellas expectativas concretas, por ejemplo: tiempo, durabilidad, seguridad, garantía, finanzas, función, etc. Las intangibles se pueden definir como deseos emocionales, como son: actitudes, compromiso, atención, lealtad, credibilidad, comportamiento, etc.” Moller Claus.

Una persona con un buen grado de autoestima, bien alimentada, autorrealizada o en proceso de autorrealización, es decir, consciente de lo que es y de lo que quiere y satisfecha con el camino adaptado para realizarse en la vida, pudiéramos decir que es una persona de calidad.

Cuando existen altos niveles de calidad en las personas que integran una organización se perciben importantes avances positivos, los departamentos producen calidad de acuerdo a los usuarios, la calidad en todas las áreas lleva a una cultura organizacional, las personas que integran la organización mantienen satisfechos a los clientes y a las personas de la comunidad.

Una persona de calidad se sentirá mejor con sus obligaciones, ya sean laborales, familiares, personales, etc. Una persona de calidad logra unificar todas las características y las lleva a cabo íntegramente. Esto ayuda a tener un equilibrio perfecto entre los entornos que lo conforman, es decir, lo psicológico, lo social y lo fisiológico. Por consiguiente, aumenta la productividad, ocasionando óptimos resultados para la persona, para la empresa donde labora y para la familia.

¿Sabemos que queremos?, ¿Qué tenemos que hacer para ser felices, para estar bien?, En primer lugar, debemos identificar nuestras necesidades, habilidades, fortalezas y plantearnos el camino que nos dirija a dónde queremos llegar. Para alcanzar alguna meta propuesta se requiere de acciones. Muchas veces tenemos sueños y son sólo eso hasta que los proponemos como metas y usamos parte de nuestro tiempo y esfuerzo en actividades que las conviertan en realidad

Nuestra salud, desarrollo profesional, felicidad, en fin, los resultados de las metas fijadas, dependen de la claridad de los objetivos que cada quien se trace. Cuando sabemos que queremos, nuestro entusiasmo y vitalidad aumenta; nos sentimos capaces de lograr nuestras metas, gozamos la felicidad de realizarnos, avanzamos, y por lo tanto, nuestra vida nos satisface. La ausencia de objetivos nos puede hacer sentir confundidos, inquietos y desorientados, siendo presa fácil del estrés, la ansiedad y la frustración.

De acuerdo a la información presentada por María Elisa Acosta, en el libro “Un proyecto de vida para directivos”, los objetivos de Calidad Personal se dividen en tres partes importantes, que son:

  • Objetivos de salud y vida
  • Objetivos familiares
  • Objetivos de trabajo o profesionales

3- Desarrollo personal estructurado

El planteamiento de este concepto, reúne algunas ideas de cómo es posible que cada individuo inicie y desarrolle, bajo su propia decisión y responsabilidad, el incremento de su calidad de vida.

a)- Autoconocimiento: El conocimiento del hombre sobre su estado interior le permite generar y/o incrementar en sí mismo valores tales como los laborales: responsabilidad, autonomía, puntualidad, productividad, empeño, constancia, entre otros; que le ayuden a superar las situaciones adversas, tanto en el trabajo como en lo personal, y alcanzar así una óptima calidad de vida.

b)- Autocuestionamiento: Una vez iniciado el proceso de autodiagnóstico, la persona se encuentra en posición de realizar un autocuestionamiento y tomar la decisión de cambio. Los trabajadores y empleados de hoy se deben dar cuenta que, tal como el trabajador de la línea de producción se quedó desempleado al no aprender a leer y a escribir en los setentas, el que no empiece a desarrollar su persona se va a quedar atrás: se debe percatar que para el hombre del nuevo milenio, el desarrollo personal dejará de ser una alternativa para mejorar, convirtiéndose en una cuestión de sobrevivencia.

c)- Aceptación: La aceptación es indispensable para mantener la armonía física, intelectual y espiritual dentro de uno; podríamos definir a la aceptación como un perdón completo e inteligente el cual, dependiendo del origen, se requiere que sea a las circunstancias, a los demás, o a uno de los más importantes: a uno mismo.

El vivir con perturbaciones abiertas, es decir con estados emocionales o mentales que nos generan emociones negativas, es como ir arrastrando una cuerda llena de anzuelos que nos impide avanzar en nuestro desarrollo, ya que no asimilamos la lección a la que fuimos expuestos, y por ende lo más seguro es que la volvamos a tener que recibir, proceso que es llamado "recurrencia".

d)- Aptitud versus actitud: La aptitud es referida a la capacidad de conocimiento y las habilidades de la persona, del trabajador; mientras que la actitud tiene que ver con la forma de pensar y sentir del individuo. Es una postura intelectual, emocional y físico-motriz con la cual se perciben los estímulos y se reacciona a ellos, lo cual modifica sustancialmente su actuación, pudiendo ser de una manera positiva o negativa, según las circunstancias. El objetivo principal es lograr que las actitudes no dependan de las circunstancias, sino de nuestra voluntad.

La aptitud y la actitud se combinan para aplicarse a alguna acción específica en un tiempo determinado. Es importante destacar que aun individuos con un buen nivel de aptitud y con la actitud correcta, no realizan lo que desean alegando la falta de una oportunidad. Y aunque es verdad que las oportunidades en muchas ocasiones son limitadas, podemos considerar que la unidad de oportunidad básica es el tiempo, y éste es el mismo para todos; es decir todos tenemos las mismas 24 horas por día. Sin embargo no todos las usamos de la misma manera.

e)- Pensamiento: De una manera sencilla, podemos definir el pensar como un proceso de generar y contestar preguntas. Este proceso de información puede ser a nivel instintivo, fisiológico, emocional o inteligente. Este último tipo de pensamiento es lo que distingue al hombre de los demás organismos, y es el que nos permite controlar, suprimir y/o intensificar nuestros sentimientos.

Cabe resaltar que la mente no distingue entre lo vivido de lo visualizado intensamente: de aquí parte la importancia de hacia qué enfocamos nuestro pensamiento, ya que las cosas imaginadas, positivas o negativas, pasan a nuestra memoria como referencias “vividas”. Dado esto, es muy importante reforzar esas visiones, ideales o sueños positivos, y la gran diferencia en los resultados al mantener un pensamiento optimista o pesimista, ya que tal como el desaliento promueve la falta de acción y lleva al fracaso, el optimismo genera acciones que llevan a logros exitosos. Podemos resumir diciendo que “lo que no pasa por tu mente, difícilmente pasa por tu vida”, y que esto representa una gran oportunidad utilizado positivamente.

f)- Estados de ánimo y fisiología: La manera en que pensamos altera nuestros sentimientos, y por tanto genera diferentes estados de ánimo. Sin embargo, existe otra fuente también muy útil para afectar positiva o negativamente la manera en que nos sentimos, y ésta es nuestra fisiología.

Si estamos tristes o deprimidos, nuestra fisiología es muy diferente a cuando estamos felices. Básicamente hay tres elementos que participan en esto: ritmo de la respiración, postura y expresión facial.

De esto podemos concluir que así como es importante mantener hábitos de higiene corporal adecuados, también existe una higiene fisiológica que tiene que ver con nuestra respiración, postura y actividad físico-motora, y que se requiere poner atención a una higiene psicológica, a cómo pensamos respecto de nosotros mismos y los demás, lo cual en conjunto afecta la manera en que nos sentimos y, por ende, como actuamos.

g)- Balance: Como elemento final, es muy importante señalar que sólo manteniendo el balance interno del individuo, puede realmente tener un avance sostenible, es decir, en nuestro constante y continuo desarrollo personal, siempre debemos cerciorarnos de mantener un equilibrio de los siguientes elementos:


Algunos autores llaman a esto un balance “bio-psico-social”. Si dejamos de desarrollar cualquiera de estas áreas, no nos estaremos desarrollando adecuadamente, estaremos fuera de balance y sujetos a retroceder a un nivel inferior, en ocasiones inclusive, peor del que se tenía originalmente.

Las emociones

Las emociones nos permiten afrontar situaciones difíciles: el riesgo, las pérdidas irreparables, la persistencia en el logro de un objetivo a pesar de las frustraciones, la relación de pareja, la creación de familia, etc. Cada emoción nos predispone de un modo diferente a la acción; cada una de ellas nos señala una dirección que, en el pasado, permitió resolver adecuadamente los innumerables desafíos a que se ha visto sometida la existencia humana. En este sentido, nuestro bagaje emocional tiene un extraordinario valor de supervivencia y esta importancia se ve confirmada por el hecho de que las emociones han terminado integrándose en el sistema nervioso en forma de tendencias innatas y automáticas de nuestro corazón.

Todas las emociones son, en esencia, impulsos que nos llevan a actuar, programas de reacción automática con los que nos ha dotado la evolución. La misma raíz etimológica de la palabra emoción proviene del verbo latino movere (que significa “moverse”) más el prefijo “e”, significando algo así como (movimiento hacia) y sugiriendo, de ese modo, que en toda emoción hay implícita una tendencia a la acción.

Podemos definir, a manera de estudio, una clasificación de emociones primarias y algunos de los miembros que la conforman:

  • Ira: rabia, enojo, resentimiento, furia, exasperación, indignación, acritud, animosidad, irritabilidad, hostilidad y, en caso extremo, odio y violencia.
  • Tristeza: aflicción, pena, desconsuela, pesimismo, melancolía, autocompasión, soledad, desaliento, desesperación y, en caso patológico, depresión grave.
  • Miedo: ansiedad, aprensión, temor, preocupación, consternación, inquietud, desasosiego, incertidumbre, nerviosismo, angustia, susto, terror y, en caso que sea psicopatológico, fobia y pánico.
  • Alegría: felicidad, gozo, tranquilidad, contento, deleite, diversión, dignidad, placer, estremecimiento, gratificación, satisfacción, euforia, capricho, éxtasis y, en caso extremo, manía.
  • Amor: aceptación, cordialidad, confianza, amabilidad, afinidad, devoción, adoración y enamoramiento.
  • Sorpresa: sobresalto, asombro, desconcierto y admiración.
  • Aversión: desprecio, desagrado, desdén, displicencia, asco, antipatía, disgusto y repugnancia.
  • Vergüenza: culpa, perplejidad, desazón, remordimiento, humillación, pesar y aflicción.

La aparición de nuevos métodos para profundizar en el estudio del cuerpo y del cerebro confirma cada vez con más detalle la forma en que cada emoción predispone al cuerpo a un tipo diferente de respuesta. Con respecto a este tema, el libro “Inteligencia Emocional” de Daniel Goleman, señala lo siguiente:

  • Enojo: Aumenta el flujo sanguíneo a las manos, haciendo más fácil empuñar un arma o golpear a un enemigo; también aumenta el ritmo cardíaco y la tasa de hormonas que, como la adrenalina, generan la cantidad de energía necesaria para acometer acciones vigorosas.
  • Miedo: La sangre se retira del rostro (lo que explica la palidez y la sensación de quedarse frío) y fluye a la musculatura esquelética larga, como las piernas, favoreciendo así la huida. Al mismo tiempo, el cuerpo parece paralizarse, aunque sólo sea un instante, para calibrar, tal vez, si el hecho de ocultarse pudiera ser una respuesta más adecuada. Las conexiones nerviosas de los centros emocionales del cerebro desencadenan también una respuesta hormonal que pone al cuerpo en un estado de alerta general, sumiéndola en la inquietud y predisponiéndolo para la acción, mientras la atención se fija en la amenaza inmediata con el fin de evaluar la respuesta más apropiada.
  • Felicidad: Aumento en la actividad de un centro cerebral que se encarga de inhibir los sentimientos negativos y de aquietar los estados que generan preocupación, al mismo tiempo que aumenta en caudal de energía disponible. En este caso no hay un estado fisiológico especial salvo, quizás, una sensación de tranquilidad que hace que el cuerpo se recupere más rápidamente de la excitación biológica provocada por las emociones perturbadoras. Esta condición proporciona al cuerpo un reposo, un entusiasmo y una disponibilidad para afrontar cualquier tarea que se esté llevando a cabo y fomentar también, de este modo, la consecución de una amplia variedad de objetivos.
  • Amor: Los sentimientos de ternura y la satisfacción sexual activan el sistema nervioso parasimpático (el opuesto fisiológico de la respuesta de “lucha o huida” propia del miedo y de la ira). La pauta de reacción parasimpática, ligada a la respuesta de relajación, engloba un amplio conjunto de reacciones que implican a todo el cuerpo y que dan lugar a un estado de calma y satisfacción que favorece la convivencia.
  • Sorpresa: El arqueo de las cejas que aparecen es estos momentos, aumenta el campo visual y permite que penetre más luz en la retina, o cual nos proporciona más información sobre el acontecimiento inesperado, facilitando así el descubrimiento de lo que realmente ocurre y permitiendo elaborar, en consecuencia, el plan de acción más adecuado.
  • Aversión: El gesto que expresa desagrado parece ser universal y trasmite el mensaje de que algo resulta literal o metafóricamente repulsivo para el gusto o para el olfato. La expresión facial de disgusto, ladeando el labio superior y frunciendo ligeramente la nariz, sugiere, como observaba Darwin, un intento primordial de cerrar las fosas nasales para evitar un olor nauseabundo o para expulsar un alimento tóxico.
  • Tristeza: La principal función consiste en ayudarnos a asimilar una pérdida irreparable (como la muerte de un ser querido o un gran desengaño). La tristeza provoca la disminución de la energía y del entusiasmo por las actividades vitales, especialmente las diversiones y los placeres y, cuando más se profundiza y se acerca a la depresión, más lento de hace el metabolismo corporal. Este encierro introspectivo nos brinda así la oportunidad de llorar una pérdida o una esperanza frustrada, sopesar sus consecuencias y planificar, cuando la energía retorna, un nuevo comienzo. Esta disminución de la energía debe haber mantenido triste y apesadumbrados a los primitivos seres humanos en las proximidades de su hábitat, donde más seguros se encontraban.

En un sentido muy real, todos nosotros tenemos dos mentes, una mente que piensa y otra mente que siente, y estas dos formas fundamentales de conocimiento interactúan para construir nuestra vida mental. Una de ellas es la mente racional, la modalidad de comprensión de la que solemos ser conscientes, más despierta, más pensativa, más capaz de ponderar y de reflexionar. El otro tipo de conocimiento, más impulsivo y más poderoso —aunque a veces ilógico—, es la mente emocional (véase el apéndice B para una descripción más detallada de los rasgos característicos de la mente emocional).

La dicotomía entre lo emocional y lo racional se asemeja a la distinción popular existente entre el «corazón» y la «cabeza». Saber que algo es cierto «en nuestro corazón» pertenece a un orden de convicción distinto —de algún modo, un tipo de certeza más profundo— que pensarlo con la mente racional. Existe una proporcionalidad constante entre el control emocional y el control racional sobre la mente ya que, cuanto más intenso es el sentimiento, más dominante llega a ser la mente emocional.., y más ineficaz, en consecuencia, la mente racional. Ésta es una configuración que parece derivarse de la ventaja evolutiva que supuso disponer, durante incontables ocasiones, de emociones e intuiciones que guiaran nuestras respuestas inmediatas frente a aquellas situaciones que ponían en peligro nuestra vida, situaciones en las que detenernos a pensar en la reacción más adecuada podía tener consecuencias francamente desastrosas.

La mayor parte del tiempo, estas dos mentes —la mente emocional y la mente racional— operan en estrecha colaboración, entrelazando sus distintas formas de conocimiento para guiarnos adecuadamente a través del mundo. Habitualmente existe un equilibrio entre la mente emocional y la mente racional, un equilibrio en el que la emoción alimenta y da forma a las operaciones de la mente racional y la mente racional ajusta y a veces censura las entradas procedentes de las emociones. En todo caso, sin embargo, la mente emocional y la mente racional constituyen, como veremos, dos facultades relativamente independientes que reflejan el funcionamiento de circuitos cerebrales distintos aunque interrelacionados. En muchísimas ocasiones, pues, estas dos mentes están exquisitamente coordinadas porque los sentimientos son esenciales para el pensamiento y lo mismo ocurre a la inversa.

Pero, cuando aparecen las pasiones, el equilibrio se rompe y la mente emocional desborda y secuestra a la mente racional.

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